Delfín nos ha dejado. El no solo era el cura de Valdeavellano de Tera (Soria) sino también el hermano de mi cuñado Abel que he traído aquí en más de una ocasión.
https://creciendoentreflores.wordpress.com/2015/11/19/abel-mucho-mas-que-abelias/
Descubro tarde su faceta de poeta y no he podido evitar dedicarle una entrada a este hombre castellano, sencillo y bueno y colgar este poema dedicado a su huerto que como bien dice “parece un muestrario”. He tenido la suerte de catar algunas de su verduras. Tengo un recuerdo especial de las berzas (que me recuerdan a su madre, Margarita, que las cocinaba como solo ella sabía hacerlas y no las ponía para cenar), patatas rojas y calabaza. Veo que ni berzas ni calabazas quedaron recogidas en el poema pero soy testigo de que las hubo.
Hay una anécdota que me gusta siempre contar. En una ocasión Delfín nos dio patatas rojas para sembrar en nuestra huerta. Las sembramos y tras su recolección, las patatas rojas sorianas brillaron por su ausencia, solo brotaron las blancas de nuestra tierra. Todo un misterio que se quedará sin descifrar.
Guardo un recuerdo muy grato de una tarde hace más de veinte años cuando Delfín les puso tarea a mis dos hijos mayores y a Sara, nuestra sobrina común : pelar garbanzos y alubias ¡qué bien lo pasamos!.
El huerto del cura
de Valdeavellano
está siempre abierto
aunque esté cerrado.
Castaños fornidos,
jazmines coquetos
escoltan su entrada
por el lado cierzo.
La gente que pasa
por la carretera
no para sus mientes
que, junto a la iglesia,
el huerto rehuye
miradas ajenas.
Claustro pudoroso,
cercado de piedras,
amigo del aire,
la lluvia serena,
del sol y la nieve,
la luna y estrellas.
Al alba y la tarde,
voraces, nerviosos,
entran en bandada
gorriones y tordos.
Ordeñan las parras
sus picos golosos.
Las fresas maduras
no les dan sonrojo.
Al chirriar la puerta,
siempre vigilantes,
emprenden el vuelo
raudos y culpables.
Atusan sus picos
tras el corto viaje;
y desde el tejado
celebran su lance.
¿Cantan o protestan?
¡Cualquiera lo sabe!
(Al menor descuido
vuelven al ataque).
El viejo manzano,
portero de entrada,
ofrece su sombra,
se asoma a la tapia;
susurra a la brisa
cuando llega el alba.
Vienen las abejas,
zumban por sus ramas
y le hacen cosquillas
de sonrisa blanca.
El manzano eunuco
del rincón de abajo
daba muchas hojas
pero fruto en vano.
Ni siquiera flores.
¡Maldito castrado!
Vio cerca la sierra
destellante y loba
sin hacerle daño.
Comprendió la tregua
el manzano eunuco.
Me engañó con flores
pero no dio fruto.
(Yo no sé hasta cuándo
fría sierra loba
dejará con vida
al manzano eunuco
junto al lilo blanco…)
Al peral del pozo
le encorvan los años;
lucha por la vida
como el “operado”.
Los dos a porfía
florecen en mayo.
Si el hielo les deja
y el viento es calmado
brindan en otoño
fruto sazonado.
Admiro en los surcos
patatas que nacen:
capullos erguidos
al caer la tarde,
como ofrenda humilde,
como rezo suave…
Alubias que trepan
y abrazan las varas
y trenzan ojivas
como cien ventanas
de catedral gótica,
vegetal, alada…
Las coles ensanchan
sus hojas en brazos;
aprietan redondas
cogollos prensados.
Beben el rocío
azul-plateado
cuando llega el alba
y el sol del verano.
Frágiles lechugas,
ajos estirados
siempre en formación
como los soldados.
Frondosas cebollas,
puerros azulados;
y las zanahorias
de pelo rizado.
Coles de Bruselas,
acelgas y rábanos,
borrajas, pimientos,
tomates, garbanzos.
Perejil fragante
y un laurel enano.
También hierbabuena
y claveles blancos.
Girasoles gualdos
y maíz barbado.
Frambuesas, ciruelos,
rosales y dalias;
melocotoneros.
El lilo morado
al fin del paseo.
Gigante, lozano,
el saúco grande
que reta al castaño.
El huerto del cura
parece un muestrario,
vegetal, pequeño,
casi un relicario
de paz y sosiego
trabajo y descanso.
A la sombra amiga
del viejo manzano
se goza el silencio
y el canto del pájaro.
Lecturas y rezos
están hermanados.
El huerto del cura
de Valdeavellano
está siempre abierto
y es claustro cerrado.
¡Se pulsa la vida
con pálpito humano!
Y aprovecho para recordar también a su madre, Margarita. Un nombre que encaja a las mil maravillas en este blog de flores.
Cuelgo un comentario que ha hecho Marian.
“Qué bonito el homenaje que rindes al hermano de tu cuñado. Estará orgulloso de que nos hayas permitido leer el bonito poema de su huerto. Es tan descriptivo que nos pasea por ese lugar tranquilo y tan lleno de vida parándose hasta en los más mínimos detalles. Descanse en paz.” Marian
MªÁngeles Pozuelo
Me ha encantado ver aquí reflejado el poema del huerto. Verdaderamente es un remanso de paz el huerto de Valdeavellano. Allí, en verano, se recogía Delfín a leer su libro de oraciones, sobre todo cuando la casa estaba llena de gente y el bullicio de los niños no le dejaba tener un momento de silencio. ¡Qué grato recuerdo!
Gracias.
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Por fín puedo responderte, Pilar se cayó el sistema y me fue imposible acceder al blog.
Esto es lo que respondió Marian en el blog de Abel
“Muchas gracias por remitirme al blog de tu cuñado Abel. Me ha gustado mucho como se despide de su hermano, se ve que le quería realmente y que le admiraba como persona. Debía de ser una gran persona. Un cura que eligió vivir humildemente en pueblos pequeños de gente sencilla pero de grandes personas. ¡Qué poemas tan preciosos escritos magistralmente, cómo define al campesino y su sabiduría, el desprecio de las gentes humildes por sus formas rudas. En el poema escrito la víspera de su ordenación se ve claramente el amor que tiene a su vocación y la incertidumbre hacia el nuevo estado que comienza…….arrastrado por una gran fe. La fe que tanto nos cuesta mantener. Dónde encontrarla cuando uno siente que se la ha dejado en el camino? Un gran poeta.Y además un gran maestro para quien quiera ver en él un ejemplo.”
Marian
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